sábado

Cantora de Tangos

I
-Claro muchachos, dieron justo en el clavo al venir a preguntarme a mí. Yo conocía a su familia desde antes que ella nació. Vivían allá por Barracas. Después el destino nos mantuvo siempre cerca y fui testigo de todo lo que ella llegó a ser. Lástima que hoy tenga que viajar a Lincoln sino hasta fotos les traía, pero vivo como a media hora de acá y falta poco para que salga el tren. Pero por favor, sé que ustedes no vinieron por mi historia sino por la de la cantora. Escuchen:
II
-Como cinco meses antes que ella naciera, su viejo, cansado de laburar, escuchar reproches y aguantar críos llorando todo el día, al enterarse que venía otro más, se fue a tomar unos vinos al almacén del gallego López, ahí donde Barracas balconea sobre el Riachuelo y después nadie más volvió a verlo por la villa.
-Cuentan que se enganchó como peón con unas carretas que se iban para el Tucumán. ¡Vaya uno a saber que fue del cristiano aquel! –completó la frase.
Su compañera no tuvo mucho tiempo ni ganas para llorarlo y siguió fregando hasta parirla.
Por su vieja se llamó Farías y por la comadrona Indalecia.
Entre la ropa para lavar, los pisos para fregar y las atenciones que debía a los muchos o pocos hombres que comenzaron a visitarla, su madre tiempo para los críos no tuvo, o sea que éstos debieron apechugarla solos lo mejor que pudieron.
Daba pena verlos, pobrecitos, siempre con hambre, siempre sucios...
El mayor, ahí nomás se fue a trabajar al campo y al cabo de un par de años, en un entrevero electoral por los pagos de Morón, debido a su rapidez con la faca lo condenaron a pasar diez años en Las Heras. Fue salir de la cárcel y nuevamente meterse en líos. Entonces lo mandaron, por reincidente, a Tierra del Fuego y de allá nunca volvió.
Al segundo en edad se lo llevó su eterno cansancio y esa tos que lo seguía como perro de sulky, cuando tenía apenas unos ocho o diez años, vaya uno a saber la edad cierta si ninguno estaba cristianado siquiera.
Uno de los dos más chicos, aparentemente, tuvo suerte. Una señora que se enamoró de su angelical sonrisa lo llevó para criarlo como propio en uno de los barrios de más al norte, no sé si en San Cristóbal o en Balvanera.
El otro, junto con la Indalecia tuvo que aguantar el hambre, los golpes de su madre -cuando los hombres que la visitaban le dejaban poca plata y mucha amargura y alcohol en las venas- y el frío de esas noches en que los tipos los echaban a la calle para que no molesten, aunque por ahí alguno la dejaba quedarse a ella para que viera y aprendiera, y la Indalecia sufría doblemente, por lo que veía que hacía su vieja y por su hermano que dormía afuera, entre los perros para darse un poco de calor.
A los diez años uno de estos hombres, un paraguayo que se quedó varios días, una tarde que estaba en curda, la tiró a cachetazos sobre el piso de tierra y ahí nomás la violó, con el agregado que después de acabar le vomitó sobre sus pequeños pechos desnudos.
La cosa comenzó a repetirse con ése y con otros que venían por cualquiera de las dos mujeres, era igual, hasta que a los once, con un bagayo chiquito y dos pesos ganados en la catrera y escondidos a la voracidad alcohólica de su vieja se fue a buscar mejor suerte por el centro.
III
Por las calles del Retiro lo reencontró a Cruz, un compañero de infortunios de Barracas que también andaba rebuscándosela y se enamoraron mientras juntos vendían flores por la entonces angosta calle Corrientes. Soñaron muchas veces con el sur -con el lejano sur- del que les habían hablado, de donde decían que el agua de los lagos y de los ríos es tan transparente que se pueden ver las piedras del fondo y los peces que andan jugando a la mancha por la correntada.
También sabían que allá en el sur, a veces la nieve tapa todas las porquerías que pudiera haber por ahí desparramada quedando todo como recién hecho y el aire parece de cristal y desde cualquier cerro se puede ver hasta muy lejos, quizá hasta por donde anda su viejo buscándola para regalarle esa muñeca que siempre quiso tener y únicamente pudo conocer a través de la vidriera de aquella juguetería en la calle Victoria.
No se puede negar que durante ese año fueron felices imaginando lejanías, regalos y reencuentros con quienes ellos querían, pero Cruz un día desapareció y después de mucho averiguar le dijeron que estaba en un orfanato y hasta los veintiuno no iba a salir.
-"En la puerta, ese día me vas a encontrar"- le prometió mentalmente a su amor.
IV
En cierta ocasión le contaron que esa dama tan elegante y emperifollada que siempre tenía tantos adoradores a su alrededor, a la cual había visto varias veces por la zona de los teatros de Corrientes y del bajo, era una cantora de zarzuelas de una compañía española que andaba por estas tierras.
Imaginando un porvenir de lujos, viajes y admiradores para ella y para Cruz cuando éste saliera del orfanato, le hizo una segunda promesa mental:
-"Te juro que me voy a hacer cantora de zarzuelas" -.
A los trece consiguió irse a vivir a un quilombo en Palermo donde no la maltrataban mucho. Alguno de los hombres hasta se encariñaban con ella y le hacían algunos regalos, no gran cosa: una pilcha, algún pañuelo, unas medias,...
En ese entonces, por los lupanares se escuchaba una musiquita caliente que en las casas más o menos decentes se bailaba de lejos y con un pañuelo en la mano del hombre, para separar. ¿Vieron? pero que en los buenos quilombos, para bailarla, se apretaban firme y hacían cortes, sentadas y nunca faltaba un insulto, un cuchillo, un tajo y una rosa roja creciendo en el pecho de algún compadre. ¡Ah! Ya el tango mandaba y la liviana melodía había nacido para reinar, aunque el siglo aún no era su tiempo ni el mundo aún su lugar.
La Indalecia, aparte de limpiar el quilombo, bailar, atender a los parroquianos en la cama y alguna otra changa, se las apañaba para cantar en cuanto podía. Quería que la conocieran. Quería cumplir su segunda promesa a Cruz.
Convengamos que voz no le faltaba. Convengamos también que ella sabía poner en los tangos que cantaba un sentimiento especial, que los cantaba como ninguna los había cantado hasta ese momento, que en cada verso ponía su corazón y que no solo ella era la que a veces acababa llorando. Por ahí, a alguna puta vieja y de dura carcaza se le vieron asomar lágrimas que terminaban con la compostura facial de trabajosa y rutinaria factoría.
V
Poco tiempo me queda. Nos avisan que el tren está por partir, trataré de llegar rápido al final de la historia.
VI
A los quince y merced a su voz y al sentimiento que ponía en sus canciones ya era muy conocida en el ambiente prostibulario y marginal y había sido "transferida" en más de una oportunidad a lupanares de más categoría.
Como el nombre de pajuerana que tenía no concordaba con su actividad, había comenzado a hacerse conocer como Marlene.
Fue en esa época -creo recordar- que empezó a chupar y a "darse", empujada por unos mequetrefes que la iban de cafiolos pero que al encontrar algún guapo de verdad de esos que ahora ya no hay, los "si señor" y los "disculpe señor" se le atoraban en el apuro por salir.
Cuando le atacaba el vino triste se metía sola en un reservado y en voz muy baja cantaba los tangos que la orquesta entonaba en el escenario y pese a que no se le caía ni una lágrima en esas ocasiones, quienes la conocíamos sabíamos la envergadura de la procesión que iba por dentro.
Un viernes de mayo un empresario de fuste, después de una sesión de "cocó y de champagna" -como en el tango, ¿vieron?- la contrató para cantar en el Tabarís, allá por la calle Corrientes.
¡Imagínense la fiesta que se armó en el quilombo…! ¡Una que por fin llegaba a la cima…! ¡Una que saltaba del lupanar al varieté...!
A Marlene, como ya la llamaban en los tablados, la noticia -aparentemente- no la inmutó. Solo se le escuchó decir que una de las dos promesas ya estaba cumplida. Y, por supuesto nadie supo de qué hablaba.
El problema que surgió en el Tabarís fue trivial. Con ese nombre de puta barata que no concordaba para nada con su aspecto más bien morochazo no daba el tipo de cantora de tangos. Y comenzó una discusión sobre cuál sería el más apropiado. Que si le ponían nombre o nombre y apellido o si la dejaban con el que ya la conocían...
Durante más de una hora, entre tragos y risas y algo de coca, se barajaron todo tipo de posibilidades, hasta que yo, que en ese momento estaba sirviendo las bebidas, pregunté:
- Che ¿Y si buscamos un nombre parecido al que ella está usando desde hace tanto... Que se yo, por ejemplo...Malena?
VII
Cuando llegó el día del veintiún cumpleaños de Cruz, nadie salió por la puerta del orfanato, en la que sólo el silencio hubiera estado esperándolo…


1 comentario:

  1. MIGUEL HERNÁNDEZ ESCRIBIÓ: "POR TU PIÉ, LA BLANCURA MÁS BAILABLE, DONDE CESA EN DIEZ PARTES TU HERMOSURA, UNA PALOMA SUBE A TU CINTURA...

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