viernes

Metamorfosis

Señor Juez:



Cuando me desperté el martes pasado, la decisión ya estaba formada dentro de mí, pero aún no lo sabía. Debí esperar para que se manifestara hasta el momento en que tomaba mi ducha matinal para darme cuenta que iba a realizar, en una semana exactamente, el hecho que cambiaría mi vida radicalmente.

Sí.
Tenía planificado transformarme en un ser completamente distinto: me iba a transformar en jirafa.

El primer previsible paso, después de bañarme y desayunar fue por supuesto visitar el zoológico para ir acostumbrándome a mis futuros congéneres y para aprender ciertos movimientos que de seguro iba a necesitar realizar a partir de la metamorfosis.


Entré por la puerta de Plaza Italia, o sea que antes de llegar al predio de las jirafas pasé por una punta de jaulas de otros animales. Debo reconocer que fantaseé con la idea de transformarme en anaconda, quizá influenciado por algunas lecturas juveniles; y que también me fascinaron los elefantes con su gris monumentalidad, pero pude apartarme de estas tentaciones y hete aquí que sigo con el proyecto original: voy a ser la única jirafa libre al sur de la Avenida Rivadavia, que como Ud. sabe, corta el continente en dos, desde casi el Río de la Plata hasta casi el Océano Pacífico.

Estudiar las jirafas me ayudó. Su hermosa piel llena de manchas de tres colores; su cabeza con ese par de cuernos que parecen forrados en terciopelo; su andar garboso, sin prisas; su elegancia para comer...mientras más las miraba más contento estaba con lo que iba a hacer.

Durante toda esta semana repetí la visita al zoológico. Pienso que el cuidador de las jirafas, ese que no deja que le den nada de comer, está sospechando algo. Lógico, me ve todo el santo día apoyado contra la baranda observándolas, o sentado en uno de los bancos almorzando o merendando y charlándoles a la distancia. Quizá crea que me voy a robar alguna. Pero estoy tranquilo. Mientras no haga nada raro, él tampoco puede hacer nada.

Desde hace varios días, para comer me preparo una ensalada de hojas de la mimosa que crece en Borges y Honduras, cosa de ir acostumbrando el paladar a eso que a ellas les gusta tanto. Debo reconocer que los primeros tiempos me sabía a algo incomible, pero al tercer o cuarto día ya podía hasta disfrutar de su aspereza. Creo que ese aspecto de la metamorfosis lo tengo dominado.

Bueno. Tengo que dejar de escribir. Ya son las once de la noche del lunes y dentro de una hora va a comenzar el cambio que mi voluntad ha preparado. Para ese entonces debo estar en algún lugar solitario del sur. Posiblemente vaya a Adrogué o a Burzaco y ocupe alguna de las quintas que, en esta época del año suelen estar vacías. Después de ello dios dirá. Pienso que en algún parque nacional solitario de la Patagonia puedo vivir.

Ruego a la persona que encuentre esta nota que la haga llegar, sin demoras, al Juzgado de turno, para que no se culpe a nadie de mi desaparición. (Que no es tal: me transformaré en la única jirafa libre al sur de...bueno, ya lo expliqué antes).

Gracias.

Atentamente:

Jacinto Finocchio

1 comentario:

  1. Me gustó, Sr. Jirafa. Enhorabuena por encontrar su libertad. Quizás nos encontremos... pregunte por un león que le gusta leer cuentos de jirafas.

    Un saludo.

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