miércoles

Cuento Rojo

En la fábrica



Soñamos con ser torre y desde el punto más alto de la ciudad espiar hacia las dos inmensidades que nos rodean: al oriente, el desierto, salvaje, ardiente, rojo, insalvable; y hacia el occidente al mar, que se expande fresco, verde, tumultuoso, infinito.

Sabemos que algún día lo haremos...Sabemos que es nuestro destino.

Lo supimos desde nuestra dolorosa creación, que fue un verdadero parto.

Primero las yeguas –efímeros molinos de tracción a sangre- nos pisotearon para mezclar el barro primordial del cual estamos formados con la paja que nos alimentó y nos fortaleció.

Luego Rosa y su esposo Jacinto moldearon prolijamente a cientos de nosotros y nos dejaron endurecer bajo el ardiente sol de la llanura.

Fuimos, finalmente, purificados por el fuego -robado a las entrañas de ese sol- en un templo de barro construido sobre nosotros que Rosa y Jacinto llamaron “Horno”.

Con este bautismo de fuego nos hicimos más duros, más secos, un poco más diferenciados unos de otros (no mucho, convengamos) y adquirimos este deseado tono rojizo que queremos lucir, orgullosos, en la cima de la ciudad.

Hoy cuando nos vengan a buscar en un camión vamos a dar otro paso hacia nuestro glorioso destino de contemplación de coloridos amaneceres y desgarradores ocasos.

Conque uno solo de los diez mil que somos, esté expuesto a esa gloria, la gloria se transmitirá a todos nosotros, así seamos parte de un sótano.

Estamos trémulos de emoción.



En el corralón

-Che Julio. Andá al horno de Jacinto a buscar esos diez mil ladrillos que terminó de cocinar la otra semana y lleváselos urgente al molino de Sandivar que tiene un pedido de polvo para unas canchas de tenis. ¡Apurate che que los quiere mañana!

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