Los duendes del olvido son unos seres pequeños
-muy pequeños- quienes hace como 260 años fueron infestados por el Virus J5-H7-U7
que modificó totalmente sus hábitos, especialmente sus hábitos alimenticios.
Este virus les provocó, entre otras cosas, un
insaciable apetito que solo puede ser satisfecho si devoran los más dolorosos e
intensos recuerdos ajenos.
Hasta aquel entonces, hace 260 años, los
duendes habitaban en los agujeros de los árboles o en cuevas pequeñas que se
arracimaban en las laderas de las más bellas montañas de cualquier lugar del mundo,
lejos de los hombres y de haber seguido así, hubieran pasado inadvertidos para
los estudiosos de la conducta humana, animal y duendal.
Hoy -pobres- por necesidad, se han hecho
habitantes urbanos y sobreviven a duras penas malamente protegidos por los
carteles de coca cola o de propaganda del gobierno y mientras intentan no ser
devorados por las ratas, los perros, las hormigas y los gatos, con sus enormes
y desorbitados ojos amarillos buscan esperanzados cada noche su alimento.
Este alimento, como lo señalé más arriba,
consiste en los recuerdos ajenos, especialmente los recuerdos nocturnos, aquellos
que desvelan a tantas personas que aunque no lo declaren, sospechamos que están
sufriendo.
Los ojos abiertos en la oscuridad de una
habitación de alguien que enamorado, ha sido abandonado por su amor; de alguien
que necesitado, ha sido despedido de su trabajo, ejercen la fuerza combinada de
todos los vientos del mundo sobre la duendidad de los duendes del olvido.
Llegan desde muy lejos. Algunos relatos
hablan -aunque, bueno... ¿cómo comprobarlo? ¿no?- de duendes del olvido que
atravesaron nevadas cadenas montañosas, procelosos océanos, casi impenetrables
selvas y desolados desiertos durante días, para llegar hasta donde ellos descubrieron
que está su alimento, porque así lo señalan, como un faro en la oscuridad más
negra, un par de ojos pesarosos, que durante las noches permanecen abiertos.
Una vez llegados hasta allí, en esa
habitación llena de recuerdos, con provisión de alimento abundante, engordan,
se hacen perezosos, y siendo tan buenos amantes como lo son, se reproducen
hasta el absurdo, mientras, por supuesto, devoran implacablemente, uno a uno
todos los densos recuerdos del anfitrión.
Éste, generalmente no se da cuenta de la
presencia de los duendes del olvido en su habitación, en su casa; pero sí nota
que noche a noche, despertar a despertar, sus males de amores, sus recuerdos,
ya no lo tienen tanto tiempo desvelado.
Nota que sus lágrimas son más aguadas; es
decir, no tienen tantos condimentos; nota que ya no considera tan preciosos los
besos que intenta revivir; nota que esas manos que añora, ya no acarician -en
sus recuerdos- como al principio, cuando estaban hechas de la más suave seda de
Benarés; nota que aquel trabajo del cual fue despedido, en realidad no era tan
buena cosa…
Nota, en definitiva que los duendes del
olvido están devorando todos sus recuerdos, dejándole el tan ansiado bálsamo
del olvido… y por supuesto, lo adjudica al tiempo, ese que suponemos tan buen
amigo…ese que suponemos nos alivia de todos los males.
Como dijimos antes, los duendes del olvido,
con alimento suficiente, se reproducen en una escala imposible de imaginar para
quienes no hayan estudiado sus hábitos y si bien son pequeños...muy pequeños,
logran degradar los recuerdos más intensos en un lapso relativamente breve,
nunca las 500 noches con las que se regodea en su dolor un poeta y cantor
andaluz (exagerado, como todo andaluz).
Hay que considerar que si los duendes del
olvido no acaban con su alimento en menos tiempo que esas 500 noches y se
marchan en busca de otras lágrimas más suculentas, su tasa de reproducción
-elevadísima-, llegaría a tal punto que infestarían de olvido hasta los actos más
cotidianos de nuestros días...
Por ejemplo, olvidaríamos qué colectivo tomar
para ir al trabajo...
Olvidaríamos el número de teléfono de
nuestros amores de repuesto...
Olvidaríamos qué ruta agarrar para llegar
hasta la base del Truncado…
Olvidaríamos quienes son nuestros mejores
amigos...
Y quienes nuestros más acérrimos enemigos...
Nos olvidaríamos de comer...de abrigarnos
cuando hace frío…
De leer…
De hacernos el amor....de mimarnos...de
disfrutar
¡No! ¡Sería un desastre!
Nos pasaría eso que nuestras tías solteronas
llamaban “morir de amor”.
Gracias a dios, esos recuerdos enormes y
dolorosos, que nos desvelan, nunca duran con la intensidad necesaria para
llegar a ser su alimento durante 500 noches, como lo afirma Sabina en su
canción.
…Gracias a dios.
Me gustó el intertexto que hiciste con la leyenda “Destinados”
ResponderEliminarEn 1er lugar cuando hablas de la fuerza de los 7 arcanos y después cuando nombras a Felicitas y a su pareja Estela, protagonista de la otra historia. Me encantan esas perlitas
Si te gustan, casi al final de 100 años de soledad, el tipo que vivía en francia está en un cuarto que quizá haya sido el mismo en el que vivió (o murió, no me acuerdo) el bebe rocamadur. Ese no es el hijo de la maga, de rayuela?
EliminarEs cierto que hay una grande, enorme diferencia entre “ verse y conocerse” asi como la hay entre “hablar y dialogar “, estuviste acertado en abrir el concepto, resultó interesante
ResponderEliminaroh..pero eso no es de mariela y no se quien (otro cuento creo que de este blog)? gracias por tus visitas. Como no publicito mucho estos blogs, ahora casi nadie los visitra..en su momento si.
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