miércoles

Estrellas

(A MODO DE EXPLICACIÓN: Cuando tenía alrededor de 52 años, me encontré por las calles de Caballito a quien fuera mi noviecita cuando ambos teníamos 14 años. No nos veíamos desde hacía más de 35 años. Ella me reconoció, yo jamás podría haberlo hecho, pese a que hacía unos días apenas me había estado preguntando qué habrá sido de ella. En cambio sentí tal shock que apenas llegué a mi casa me puse a escribir de un tirón, lo que sin correcciones está a continuación. Se que un escritor, salvo que escriba su autobiografía, no debe ser autobiográfico, pero bueno, aquí está)

De las noches que pasamos en vela atendiendo el pausado transcurrir de las estrellas sobre el negro manto del cielo, no se tienen registros en los archivos de los hombres.

Distinto sucede con esas mismas estrellas que mucho recuerdan habernos visto ya sea en el frio glacial del invierno como disfrutando de ellas en la suavidad de la primavera.

Si se tuviera en cuenta el tiempo pasado mirando cielos diversos para medir el desarrollo de nuestros desvelos, éstos alcanzarían niveles universales. Nos hemos despertado entumecidos por el duro suelo y doloridos por los guijarros sueltos en innumerables ocasiones, hemos temblado de frío en incontables otoños; espantamos mosquitos hasta que ya cansados de hacerlo, los dejamos hartarse a destajo, con nuestra sangre en aquellas noches de veranos en que la pesadez del clima presagiaba inminentes tormentas.

Las estrellas son testigos de todo ello y de mucho más. No quiero relatar la noche en que abrazados y enamorados del cielo, caímos en la cuenta repentinamente en que también estábamos enamorados de nosotros -uno del otro- y el amor nos llevó a amarnos bajo nuestras queridas y, afortunadamente, imperturbables amigas.

La infatigable búsqueda de supuestos viajeros de otros planetas también nos consumió abundantes horas nocturnas, porque pensábamos que un amor tan grande como el nuestro, debía tener necesariamente su imagen especular en los confines del universo y ansiábamos conocer a nuestros pares del otro lado del cielo.

Dudo que haya alguien que al levantar la vista en una noche estrellada y detenerse a mirar no se pregunte ¿quién hizo todo eso?, ¿dónde termina?, ¿por qué estamos acá?

Me cuesta concebir que una persona, al menos una vez en su vida, mirando el cielo nocturno no se haya hecho las preguntas elementales: ¿qué somos?; ¿de dónde venimos?; ¿dónde partiremos?...aunque después se haya sumergido nuevamente en la vorágine de la vida y se haya olvidado de las estrellas, las preguntas y sus ansias de saber...

Hoy se supone que somos más inteligentes, despiertos y avisados que hace, por ejemplo, 20 mil años. Pero fueron los hombres de entonces - y los anteriores- que iniciaron con sus dudas y temores todo lo que hoy llamamos saber y que no es más que la natural curiosidad que cobijamos desde el día que por primera vez alguien -un pitecántropo, un neardenthal- levantó la vista y se quedó entre sorprendido e hipnotizado con el espectáculo que las estrellas le brindaron.

Cuando se le pasó ese estupor inicial, y si ya tenía, por el momento cubiertos sus necesidades básicas (comida, abrigo,...), seguramente se preguntó ¿que es todo eso?, ¿qué hace allá arriba?, ¿quién lo había puesto y para qué? y quizá, ¿qué provecho podría él sacar de todo eso?, ya sea pidiéndole protección o consuelo.

Nosotros, amantes descendientes directos de aquellos amantes eternos, simplemente nos extasiábamos viéndolas y le pedíamos que sean discretas con nuestras cuitas y desmesuras amatorias.

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